Encontrados Izan y Rubén (Torrent) sin vida. ¿Por qué no dieron la orden oficial de buscarlos antes?
Izan y Rubén eran dos niños, de 5 y 3 años respectivamente, que disfrutaban…
Hoy hace exactamente cuatro meses de aquel fatídico 29 de octubre de 2024, donde un tsunami de lodo arrasó casi una treintena de municipios de la provincia de Valencia. Y afectó, según números oficiales, a más de cien pueblos. Un terrible incidente sin precedentes que asoló principalmente la comarca de l’Horta Sud del territorio valenciano.
Actualmente, el funcionamiento de los servicios básicos de esas localidades sigue siendo irregular e incluso prácticamente inexistente por las consecuencias de la Dana. Aunque también porque aún seguimos esperando que la Generalitat Valenciana asuma responsabilidades y ponga soluciones reales y efectivas. Por el contrario, llevan cuatro meses pasándose la bola de lodo arrasadora de mano en mano. Y mientras ellos se pelean, las personas afectadas por la catástrofe luchan por sobrevivir cada día sin el apoyo eficiente de sus gobernantes.
Llevo subiendo como voluntaria casi cada semana, a veces dos veces, desde el 2 de noviembre a la «zona cero» de la Dana en Valencia. Y a día de hoy, todavía veo en unos cuantos municipios semáforos que no van, señales que no están y carreteras destrozadas. A nivel de circulación, esto implica un potencial peligro de que ocurran accidentes. Sobre todo, porque, en la extensa área destrozada por la Dana ya no hay, desde hace al menos dos meses, policías locales voluntarios de toda España trabajando en el terreno ni regulando el tráfico. Ni tampoco suelo ver patrullas de la Guardia Civil o de otras fuerzas de seguridad del Estado con controles en cada rotonda o en los accesos a los pueblos de la zona epicentro. Incluso hasta la mayoría de tropas militares que tanto han ayudado han sido retiradas.
Además, toneladas de escombros aún siguen vertidos en los núcleos principales de la zona cero, lo que genera un preocupante problema de insalubridad y aumenta el riesgo considerable de infecciones o problemas de salud para las personas que viven alrededor.
Sin embargo, esto no es lo más preocupante, a pesar del peligro latente existente para la seguridad y la vida de los habitantes de los pueblos más dañados. Lo que no es comprensible es que cuatro meses después haya tantas personas damnificadas que no han recibido ninguna ayuda económica, sea estatal, autonómica. O algunas de las que ofrecen unos pocos empresarios de alto poder en este país.
Los departamentos de Servicios Sociales están más colapsados que nunca. Además, la tarea de solicitar cualquier tipo de ayuda se convierte en toda una odisea para personas mayores, ya que la mayoría hay que rellenarlas on line y/o con certificado digital. Esto provoca una total indefensión del colectivo más vulnerable de la zona catastrófica. Es más, estoy segura que cualquier jurista podría indicar que existe una clara evidencia de la vulneración constante de los principales derechos fundamentales de los ciudadanos.
Como periodista y voluntaria, cuando pregunto a vecinas y vecinos de las zonas más destrozadas por la Dana, las respuestas cobran un tinte uniforme: «He rellenado muchos papeles, pero aún no he recibido ninguna ayuda económica», «Mi casa está destrozada y el seguro no se hace cargo» o «Llevo esperando más de tres meses a que me ingresen la ayuda autonómica o la de emergencia». Este tipo de contestaciones son las más habituales. Insisto, cuatro meses después.
De hecho, si no es por la ayuda de todas las miles de personas voluntarias y plataformas solidarias que siguen yendo a ayudar en los pueblos más afectados por la terrible Dana, la mayoría de los damnificados no tendrían aún ni puerta para entrar en su vivienda. Y algunos ni siquiera nada que llevarse a la boca.
Lamentablemente, todo esto no sale en los principales medios. Aunque sí se hacen eco cuando ha habido un derrumbe forzado de una urbanización entera de bungalows, ya que los daños sufridos por la Dana impedían absolutamente la vuelta a la vida en estos. Lo que curiosamente no es noticia -y en mi opinión como periodista creo que debería ocupar la portada de muchos diarios- es que hay miles de personas que tienen sus casas totalmente inhabitables. Y no porque vayan a ser derrumbadas, sino porque ni seguros, ni ayuntamientos ni mucho menos la Generalitat Valenciana está ayudando en la rehabilitación de esos hogares.
Muchos de estas casas en ruinas son propiedad de personas mayores y otros colectivos vulnerables. Unas, con suerte, viven desde hace meses en casas de familiares y/o amistades; otras, lo hacen en lo que ha quedado de sus hogares, cuatro paredes llenas de barro, humedad, escombros y muebles rotos. No obstante, esas personas son las «afortunadas», porque otras se han quedado en la calle. Y, como ya sabemos, lamentablemente algunas murieron dentro intentando escapar de la aterradora ola de barro.
Si hablamos del tema coches, pues cualquier persona que haya ido a la «zona cero» las primeras semanas y vaya ahora, observará que siguen habiendo «vertederos de coches» en numerosos lugares. Bien es cierto que muchos han sido retirados y depositados a las afueras con la ayuda principal del ejército. Sin embargo, otros continúan encima de rotondas, parques, empotrados contra viviendas o tirados en bancales por ahí aplastados.
Identificar a los propietarios de los vehículos es una ardua tardea, casi una misión imposible. Hay que tener en cuenta que miles han quedado como un acordeón y de otros solo queda con suerte el chasis. Además, la Guardia Civil ya informó hace tan solo unos días que habían localizado un lote de vehículos dañados por la Dana en otras provincias. Estaban vendiéndolos por piezas de desguace por Internet. «No he encontrado aún mi coche y el seguro no se hace cargo sin las fotos del vehículo», es una de las frases que más he escuchado a lo largo de estos meses. Además, el hecho de quedarse sin coche ha provocado un daño colateral importante: hay muchísimas personas que han perdido su trabajo porque no tienen coche para desplazarse diariamente al mismo».
Todo lo relatado es tan solo una mínima parte del infinito daño que provocó la Dana en Valencia. Evidentemente, nadie tiene culpa de que ocurriera un fenómeno meteorológico tan destructivo, pero sí tiene responsabilidad la Generalitat Valenciana de otras cosas: no avisaron a tiempo, no tenían un protocolo urgente establecido para estas situaciones de grave emergencia y no pusieron suficientes medios. Ni tampoco los ponen cuatro meses después. Y no lo digo yo como voluntaria en terreno, lo dice el sumario judicial de la Dana.
Es evidente que sin la labor del voluntariado, las personas damnificadas de la Dana serían totalmente invisibles. Y seguramente el número de muertos alcanzaría cotas muy superiores a los datos oficiales, ya que el reparto de comida diaria también lo hacen agrupaciones y particulares solidarios. Aunque eso ya da para unos cuantos artículos más.
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